sábado, 31 de marzo de 2012

WHITNEY HOUSTON


Nuestro único deber y mejor despedida será oírla de nuevo y aspirar a escucharla por primera vez

Perdidas en recopilatorios, mimadas en las radiofórmulas, escapadas en los hilos musicales, las canciones de Whitney Houston cayeron sobre tardes muertas, paseos en coche y olvidados deseos románticos.


Repetidas, una y mil veces, las canciones de Whitney Houston. Oídas, sin ser escuchadas. Queridas, sin darme cuenta. Mías, sin haberlas pedido.


La música de Whitney Houston es cosa de la década de los noventa, la última época donde los éxitos duraban más que un día e, incluso, podían aspirar a la eternidad.
De cuando el mundo empezaba a correr, pero aún encontraba tiempo para detenerse.


Niña insegura transformada en súper diva pop, la Houston agarró un género tan blanco y blando como la power ballad, lo masticó con facilidad y lo esculpió a su grandeza.
Al final, siempre restó la convicción de que Whitney era mejor que sus temas.


Su voz, imposiblemente exuberante, mutable, cálida, y su poderosa imagen la consagrarían como reina de pistas y corazones.


A golpe de sonrisa y do de pecho, dio más alegrías a la industria discográfica que casi ningún otro artista de su época.


Whitney trinaba "I will always love you", como promesa de amor a su público.
Y, así, sus canciones han durado más que ella.


Se hizo rica, esporádica y reservada, mientras se cernía la pesadilla.
En la prensa, se contaron fragmentadamente las decepciones existenciales de la Houston, vividas a portazo y noche de desvelo.
Al final, la encontraron vieja y sucia, acabada y avergonzada, para que el mundo pudiera decir que debía rehabilitarse.
Pobre Whitney, víctima y verdugo.


Aseguró que la mayor droga había su marido, Bobby Brown.
Whitney había cantado al amor como el sentimiento sublime e inspirador, pero la realidad siempre fue más dura, más violenta, más triste.


Mil veces se anunció que había salido de entre sus sombras.
Pero nunca faltaron los conciertos suspendidos, los problemas en los camerinos, las espantadas, las recaídas.


Los excesos no sólo se cobraron su tranquilidad, sino también le robaron dos notas de su voz, demasiado divina para contenerse inalterable dentro de un ser humano roto y equivocado.


Whitney ha fallecido a unos míseros 48 años, ante el interrogante, la suspicacia y la explicación aplazada.
Había terminado una película, de título "Sparkle" y, durante la última semana, el programa "The X-Factor" la tentaba para formar parte de su jurado.


Vivió pendiente de volver casi desde el principio, con la responsabilidad de ofrecer más de sí misma y quizá la convicción de no poder hacerlo.
Su vida y su personalidad, sus errores y sus aciertos; abundarán las teorías y nadie se acercará a la verdad de los conflictivos sentimientos de Whitney Houston.

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