No soy una férrea seguidora de Grace Kelly, y mucho menos de Gracia de Mónaco -sigh- pero me gusta este vestido y lo que desprende.
Valentino se enamoró del rojo Valentino en la Ópera cuando vio que todas las femmes, las bellas donnas, iban de negro y, de repente, se hizo un fogonazo y apareció un destello rojo. Un destello coral en terciopelo que le marcaría toda su vida hasta el punto de, vivir en un instante, toda su vida.
Grace Kelly, epítome de la sensualidad fría, del erotismo glaciar, del hielo que es fuego abrasador era habitual del look Oleg Cassini -que fue su novio y prometido si no hubiera sido por sus padres- pocas veces se despega de su muy elegante a la par que poco natural imagen en la que, si bien está radiante, y se mantiene en la bendita continuidad, no consigue impactar -más allá del chic, el allure y esas cualidades deslumbrantes, entiéndanme-.
Pero, cuando se presenta en el Baile de la Rosa vestida de r-o-s-a con esta fantasía. Esta delicia. Esta maravilla que tiene todo el arco iris y que lleva con esas joyas tan fascinantes. Me conquista.
Está radiante.
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