Nacido en 1911, Mario Moreno “Cantinflas”, el cómico de fama mundial es objeto del recuerdo de los especialistas en la crítica cinematográfica y, también, motivo para que el imaginario colectivo rememore la presencia de un ídolo de la pantalla grande. Fiel reflejo del México que vivió, antes de alcanzar sus más sonados éxitos desempeñó un asombroso manojo de oficios: bolero, cartero, aficionado a la fiesta brava, taxista y hasta boxeador. En su biografía serecuerda que dejó trunca su carrera de Medicina para incursionar en el canto y la danza. Es la historia de muchos, hombres sobre todo, que en la época de institucionalización del régimen de la Revolución asumieron oficios y buscaron beneficios en la más amplia gama de actividades; de entre todos ellos los que alcanzaron el éxito económico fueron los antiguos generales convertidos en detentadores del poder o en próceres de la economía que se prohija en la corrupción y los negocios de Estado.
Cantinflas emerge de la carpa representando al peladito que hace de un habla sin freno e incoherente la materia prima de su prolijo humor. A tal grado explotó este recurso que hoy el diccionario de la Real Academia Española registra el término “cantinflear” con un significado que está presente prácticamente en todas las capas sociales. Ese verbo lo mismo sirve para denostar a un político que para reconocerle una gran imaginación discursiva, sobre todo para aquellos que creen que el oficio de los políticos es hablar y no dejar de hablar aunque no se entiendan los mensajes esenciales de la palabra.
Cantinflas tiene una vasta filmografía pero de entre todas las películas una lo lanzó al estrellato de manera instantánea. Se trata de “Ahí está el detalle”, que por cierto no es su primera película pero sí su gran éxito nacional e internacional y data de 1940, dirigida por Juan Bustillo Oro. Es un año esencial en la vida de México: terminaba el gobierno de Lázaro Cárdenas, el régimen ya institucionalizado construyó las piezas claves de la futura dominación del partido de Estado: el corporativismo emblematizado por la CTM y el discurso del nacionalismo revolucionario, una ideología aparentemente radical pero que en la nueva etapa se adentraría en la conciliación de las clases sociales, la unidad a toda costa para compartir con los aliados el combate al fascismo e ingresar años después en el desarrollo económico capitalista de la era de Miguel Alemán, primer presidente civil, que construyó su poderío a golpe de corrupción y abandono de las clases populares que pusieron su cuota de sangre durante la Revolución.
Mario Moreno desde la industria cinematográfica, y sobre todo como actor, vivió a lo largo de todo este complejo proceso y verlo retrospectivamente nos deja lecciones invaluables. La carpa de la que salió junto con otros (Manuel Medel, Jesús Martínez “Palillo”, por mencionar un par) era el justo lugar donde se ejercía la crítica política y social, la que estaba ausente de una prensa sometida y de los parlamentarios adocenados, a los que Renato Leduc vio con un candado prendido a la boca. Había en la carpa un mecanismo lúdico en el que se sabía que la represión y la censura eran dos piezas claves para que el buen humor en el que navegaba la crítica llegara a todas partes. Pero el proceso de industrialización del cine —y también la radio—, marcaban la senda y Cantinflas fue a dar a esa industria en un momento de gran desarrollo y además con la ventaja de que durante la Segunda Guerra Mundial prácticamente México era el único país de habla hispana beneficiario por la industria norteamericana para la producción cinematográfica (recordemos el recelo con el que se veía la España de Franco o la Argentina de Perón; de hecho las dos opciones estaban descartadas). Esos tiempos de nuestro cine se conocen como la Época de Oro.
Para Emilio García Riera, Cantinflas dio en representar tipos de supuesta extracción popular—su indumentaria no deja duda—, pero a la vez no disimuló con ellos su autocomplacencia de magnate disfrazado de otra cosa. Sostendría que el lema de Cantinflas en esto pudo haber sido “del pueblo vengo, al pueblo me debo, pero al pueblo no regreso”. No distinta es la opinión de Carlos Monsiváis: para él, Cantinflas va de la inarticulación significativa a la articulación banal, que cataloga de pomposo. Con eso nos quiere decir que las primeras películas del actor—“Ahí está el detalle” en el centro— todavía cuentan en su favor con la ironía como medio para hablar de la conciencia de clase, alcanzando en esta fase un arraigo del que no goza ningún otro cómico, en clara injusticia de figuras tan notables como Germán Valdéz “Tin-tan” o Joaquín Pardavé. Y de ahí el descenso. Después su lenguaje al reiterarse mecánica y artificialmente empezó a sonar como incapaz, incompetente. En otras palabras, no es lo mismo “Ahí está el detalle” a “El ministro y yo”, a pesar de que los recursos de la industria cinematográfica habían crecido exponencialmente, y así encontramos a un Cantinflas moralizante, de propósitos lejanos pero ajeno a la crítica de un régimen que empezaba a petrificarse.
“Ahí está el detalle” puede pasar como una comedia de enredos, pero sin duda nos confronta con un México efímero, el de los jurados populares que no lograron éxito alguno porque la vieja cultura jurídica no quiere dejar atrás el formulario. Realmente un jurado integrado con viejos de apariencia venerable, con disputa adversarial, con mofa para la autoridad, con demostración palpable de que un condenado a muerte puede preservar la vida porque en el clímax del juicio el responsable aparece dentro de la sala confesando su crimen a la vez que alega su legítima defensa. El Cantinflas víctima y victorioso ni llora ni ríe su triunfo, la demostración de su inocencia, al salvarse de la muerte externa la visión de su propio futuro: es tan sencilla y clasista que él simplemente pretende reintegrarse a la vida con derechos laborales al salario y a la huelga. Algo que hoy el individualismo a ultranza ha terminado por aniquilar.
A través de Cantinflas vemos la historia de la cooptación. El régimen priísta de 1929 a 2000 se caracterizó por su gran habilidad para lograr que los intelectuales, los artistas, quedaran a los pies de los príncipes del poder. En el caso del cine el asunto fue todavía más grave pues se convirtió en una industria patrocinada desde el Estado, con un banco especializado, opaco y dependiente de la Secretaría de Gobernación y con un sindicato (la famosa ANDA) sujeto al rigor y las prebendas corporativas. Nuestro cómico es un ejemplo: llegó a tener su propia empresa productora, a él mismo como principal activo, pero fue devorado por el Estado y no nada más económicamente, también su potencialidad crítica se vio mermada, lo que no quiere decir que no alcanzara a originar grandes carcajadas con cualquiera de sus películas. Pero el hombre de la carpa, la figura que está en las películas iniciales, terminó por desaparecer, en un proceso en el que el utilitarismo y la claudicación no están exentos. Como bien insinúa Jorge Ayala Blanco: se habían establecido las premisas para que aparecieran “el humor ojete” de Alfonso Zayas, El “Flaco Ibañez”, Alberto Rojas “El Caballo”, Sasha Montenegro de López Portillo, preludios de Polo-Polo y la misoginia de Catón, el de Coahuila, y que decir del panista de Roberto Gómez Bolaños, “Chespirito”.
Pensarán algunos que en todo veo la mano siniestra del PRI, y no esquivo la crítica. Es tan grande el daño que hizo este partido al país que llegó al extremo de privarnos de la mejor risa que pudo habernos provocado Mario Moreno.
La explicación es compleja y aparte vieja. Los autoritarios, los integristas, los fundamentalistas siempre le han asignado a la risa un papel subversivo. El padre de la Iglesia Juan Crisóstomo sostuvo que Jesús el nazareno jamás se había reído. Los historiadores de la filosofía justificaban la risa en los labios de los mártires cuando burlones le decían al torturador “hinca el diente, que estoy a punto”. Los benedictinos tenían su regla: condenaban en todo momento y lugar el cotilleo que mueve a risa, imponiendo candados en la boca.
La nueva literatura que abre paso a la modernidad ganó la batalla y así podemos disfrutar el Decamerón de Bocaccio, Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, el que vino a decirnos que la risa es el sumo bien del mundo y el sumo bien no era otra cosa que el sinónimo de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario