Nadie es como Naomi. Sólo ella puede encarnar al mismo tiempo caridad y lujo. Como una felina surgida de los suburbios londinenses de Streatham, ha sido por dos décadas consecutivas la favorita de los diseñadores de París y Milán. De carácter irascible, nunca se calla cuando algo le molesta. Incluso, los que han estado cerca saben que es capaz de sembrar terror a su alrededor. “Cuando ella aparece nada es como antes”, dice una de sus empleadas. Millicent Burton, inmigrante jamaicana de 44 años, en 2004 escapó después de un par de bofetadas que le asestó la maniquí por no hacerle sus maletas a tiempo. De sus ataques de rabia también sabe la chilena Ana Scolavino, a quien le lanzó una blackberry por la cabeza porque no encontraba su jeans favorito en el caos de su clóset. Tampoco le perdonan que haya agredido violentamente a un funcionario de British Airways en el aeropuerto de Londres porque pensaba que su maleta se había extraviado.
LIMPIÓ PISOS Y PAREDES POR UNA SEMANA. Fue el castigo por su mal comportamiento. Cumplió con la condena en el departamento sanitario de NY. Sin embargo, la Campbell tuvo que llegar a los 40 para disculparse públicamente y lo hizo en su estilo, a lo grande, en el talk show de Oprah Winfrey, el más popular de Estados Unidos. “Todo es por culpa de la soledad que experimenté durante mi infancia”, dijo mientras cruzaba sus piernas kilométricas sentada en el set y lloraba a mares. Y prosiguió: “He intentado construir una familia con gente que no lo es. Entonces, cuando siento que traicionan mi confianza, me derrumbo. Veo todo rojo… Aun así, no hay ninguna excusa para mi conducta”.
La pena le duró poco. El 22 de mayo comenzó la espectacular fiesta de cumpleaños que le organizó su novio Vladislav Doronin (48), conocido como el ‘Donald Trump ruso’ por su fortuna de unos dos billones de euros (1.300 billones de pesos). Desde John Galliano a Christy Turlington, Eva Herzigova, Grace Jones, Jennifer López y su marido Marc Anthony, Dolce & Gabbana y Giovanna Battaglia llegaron al lujoso yate que el magnate tenía anclado en Cannes. Al día siguiente, la modelo partió con sus mejores amigos en un jet privado a Moscú, donde la esperaba una segunda celebración, esta vez a beneficio de los niños huérfanos y abandonados de la capital rusa. Esa noche actuó Durán Durán y hubo una subasta de arte.
Naomi volvió a llorar, pero esta vez de emoción. Su pareja tomó el micrófono y dijo que había pasado los mejores años de su vida junto a la llamada diosa de ébano, que le agradecía todo su trabajo por los niños de Rusia y que seguía pensando que era una mujer salvaje. La modelo rápidamente se puso de pie y con andar felino y ojos penetrantes se le acercó y lo abrazó. “Eres tan bella”, respondió el millonario, después de un largo beso.
—Sus amigos, la prensa y ahora su novio… Todos alaban su belleza.
—Mucha gente a mi alrededor me lo dice. Pero esas cosas me entran por un oído y me salen por el otro. No creo que sea perfecta, ni siquiera en la mirada. Incluso tengo una cicatriz sobre mi labio superior derecho y cuando comencé a modelar me dijeron que debía corregirlo… Obviamente nunca me importó.
‘‘HE TRABAJADO CON MUCHA FUERZA PARA CORREGIR MIS MALDADES; no quiero ser rehén de mi pasado’’.
—Recién cumplió los 40. ¿Resultó todo como esperaba?
—Nunca pensé seriamente en esta fecha, tampoco en cómo sería la fiesta… Aunque reconozco que estos días me he mirado en el espejo y ha sido muy fuerte. No siempre te gusta lo que ves de ti misma. Entre 1998 y 2005 todo fue muy difícil y siempre me cuestioné si era feliz o no, viajando y desfilando por todas partes sin parar. Vivía con un susto constante… Insisto: es aterrador mirarse al espejo y enfrentarse a los propios miedos.
—Se ha dicho que tiene el peor carácter en la industria. ¿A su edad, cree que existe algún cambio?
—La ira no ha sido la única cosa que se ha publicado sobre mí. Y aunque no hay vuelta atrás, he pagado por mi comportamiento limpiando pisos y sometiéndome a programas para mejorar mi conducta.
—¿Qué gente la ha ayudado?
—Agradezco que mi familia y amigos me hayan apoyado. Muchas personas te dicen siempre sí a todo. No quiero más a esa gente a mi alrededor, son sumamente peligrosos. Me gusta sean honestos conmigo, que me digan la verdad. Eso te ayuda a mejorar.
—¿Ha sido un período muy duro?
—He trabajado con fuerza para corregir mis maldades anteriores y ya no quiero ser considerada como una rehén por mi pasado. Intento tratar a la gente con el mayor respeto posible, lo que me ha servido para salir adelante.
—¿Maduró?
—Sí. Hoy quiero una vida más tranquila. En la medida que sumas años vas cambiando cosas de ti. Lo que te importaba a los 20 tal vez no significa nada cuando tienes 40.
—Cada vez hay más caras de color en las pasarelas. ¿Usted experimentó algún tipo de discriminación?
—No me gusta usar la palabra racismo. Pero no, creo que en la moda siempre ha habido un gusto por mujeres con una sola identidad étnica.
—¿Cuál fue puntualmente el trabajo comunitario que se vio obligada a realizar en NY?
—Limpiar el piso, paredes, sillas y ventanas. Pero lo hice silenciosamente, sin que nadie se enterara, aunque afuera estaban los periodistas esperándome.
—¿Se lo merecía?
—Creo que era una lección que debía aprender. Trabajé diez días con fuerza. Nunca esquivé la culpa. Soy responsable de todas mis acciones y también debo serlo a la hora de hacer cambios en mi vida.
—Nelson Mandela la llama “nieta honoraria”. ¿Cómo se conocieron?
—En 1992 me invitó a realizar un acto de caridad en favor de niños muy desprotegidos de Africa. Era la primera vez que podía hacer algo útil: ir en auxilio de personas que han sido menos afortunadas. Ahora se ha hecho cada vez más importante dentro de mí. He crecido, cambiado y me agrada sentir que me gusta luchar por una causa. Me encantan los niños, tenerlos cerca, acariciarlos, hablar con ellos. Pero nunca lo haría con cámaras alrededor. No voy a usarlos para obtener la adulación pública. Todo eso se lo debo a Mandela.
—¿Alguna vez le ha dicho algo respecto de su comportamiento agresivo?
—Cuando me he equivocado, no me ha dado la espalda, sino apoyado y escuchado. Sabe lo avergonzada que me he sentido y, por lo mismo, no me regaña.
—¿Cuáles son sus expectativas para el futuro? ¿Qué espera?
—En realidad no lo sé. Como modelo he hecho bastante. Pienso que mientras pasan los años, más tranquila me siento.
—¿No nos enteraremos de más rabietas?
—No soy perfecta. Estoy trabajando mucho en eso y cada día intento tener un trato deferente y amable. Eso es todo lo que puedo prometer.