La que quizás fuera la última gran leyenda de Hollywood, Elizabeth Taylor, la actriz de mirada violeta y abrumadora belleza, falleció ayer a los 79 años de edad en una clínica de Los Ángeles donde permanecía ingresada desde hacía dos meses por insuficiencia cardiaca. Su pérdida supone la despedida de una etapa dorada del cine americano, la que transcurre entre los cuarenta y los sesenta, donde reinó de forma indiscutible gracias a su turbadora presencia y una intuición descomunal para la interpretación, a la que llegó con tan solo siete años de edad.
Taylor, ganadora de dos premios Oscar, deja para el recuerdo siete décadas de cine, cincuenta películas -entre ellas un puñado de obras maestras- y una turbulenta y azarosa vida que parecería escrita para una película. Incluso para un culebrón. También queda la imagen de una mujer valiente y generosa, comprometida con numerosas causas sociales, sobre todo por su papel pionero en la lucha contra el sida, enfermedad que le obsesionó y a la que dedicó todo tipo de esfuerzos a raíz de la muerte de su amigo Rock Hudson en 1985.
«Mi madre fue una mujer extraordinaria que vivió al máximo, con gran pasión, humor y amor. Su pérdida es devastadora para aquellos que la hemos tenido tan cerca y la hemos querido tanto. Siempre nos inspirará por su permanente contribución a nuestro mundo», señaló ayer Michael Wilding, el mayor de los cuatro hijos que tuvo con tres de los siete maridos con los que se tiró los trastos. El funeral de la actriz de 'Cleopatra' tendrá lugar esta semana en Los Ángeles y sus restos descansarán en el cementerio WestWood Village Memorial Park.Su familia tiene un nicho no muy lejos de donde están enterradas otras dos reinas del celuloide:Marilyn Monroe y Natalie Wood.
El fallecimiento de la dama de Hollywood sorprendió ayer a sus amistades y a los ejecutivos de los grandes estudios. A pesar de sus años y de su deterioro físico -una osteoporosis le obligaba a desplazarse en silla de ruedas-, su fuerte carácter, su capacidad de recuperación y puede que la costumbre de verla en los hospitales, en los que ingresó en una treintena de ocasiones por problemas de todo tipo, impedían presagiar lo peor.
Nacida en Londres, ciudad donde sus padres vivieron unos años, el alma de Elizabeth Rosemond Taylor fue genuinamente americana.
Merecía reinar en las colinas del suntuoso y endivado Bel-Air, donde vivía rodeada de lujo, siempre cerca de su famosa colección de piedras preciosas. Su historia es de cine. La de una niña a la que no dejaron tener infancia, cuya madre, actriz frustrada en los teatros de Broadway, pasea de estudio en estudio a la caza de una oportunidad. La obtiene en la cinta 'Hombre o ratón' con siete años y a partir de ahí ya no le dejan descansar. Sus fascinantes ojos azules y su innata capacidad para la actuación le abren las puertas de la Metro Goldwing Mayer, con la que firma un contrato que le ata durante décadas y que le hace pasar por todo un ciclo de la vida actoral: estrella infantil, joven promesa y actriz consagrada.
Se da a conocer al gran público en las populares y enternecedoras historias de la perrita Lassie, como la pequeña Amy de 'Mujercitas' y también por disgustar a Spencer Tracy en 'El padre de la novia'. Su abrumadora belleza y su magnetismo con la cámara se aprecian ya en 'Gigante', una cinta mayor en la que conoce a James Dean e intima con su amigo Hudson.Supone el primero de una serie de grandes papeles en cintas que han marcado en parte el devenir del cine norteamericano en los años cincuenta y sesenta.
El papel del millón
Entre esos títulos figuran 'El árbol de la vida', 'De repente, el último verano', 'Una mujer marcada', 'Castillos enla arena' o 'La gata sobre el tejado de Zinc', en el que coincide con Paul Newman, el único actor que puede competir con su mirada y no sentirse intimidado. Aspirante al Oscar durante cuatro años consecutivos, entre el 57 y el 60, hito solo repetido por Marlon Brando, el cénit de su popularidad lo alcanza en 'Cleopatra'.
Porque firma un contato de un millón de dólares, un escándalo en la época, 1963, y porque ella, casada con su tercer marido, empieza la primera vuelta de su pasional relación con Richard Burton, también casado. Provoca el enojo hasta del Vaticano y el despliegue de una legión de 'paparazzis', un fenómeno aún por descubrir que le acompañará de por vida.
Debido a ello se conocía al detalle cada uno de sus ingresos en clínicas de desintoxicación, a las que acudía para intentar desterrar el alcohol y los medicamentos; sus numerosas operaciones en hospitales -ninguna vinculada a temas estéticos-, sus enfermedades y las muchas broncas con sus siete maridos, con Burton como gran contrincante. Taylor, que fue nombrada Dama del Imperio Británico en 2000 y recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1992, destacó también por su fidelidad a amigos como Michael Jackson, quien también conocía lo que era carecer de infancia y triunfar desde niño en un mundo de grandes excesos.
Muchos de sus seguidores, más de 320.000, le seguían a través de su cuenta de Twitter, la red social de mensajes cortos en la que era bastante activa. Su último 'tuit', del 10 de febrero, un día antes de su hospitalización, daba a conocer una entrevista en la revista Harper's Bazaar. En ella afirmaba que nunca había querido ser una reina y hacía un balance de su vida que se puede considerar definitivo: «He tenido la enorme suerte de haber conocido un gran amor. Y nunca me he sentido tan viva que cuando veía a mis hijos alegrarse por algo, nunca tan plena como cuando asistía a una gran interpretación y nunca tan rica como cuando conseguía un gran cheque para la lucha contra el sida. Sigue tu pasión, sigue tu corazón y las cosas que necesitas llegarán solas».
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