MADRID.- Poco hay
más atractivo para la literatura, el cine o la prensa que la relación
madre-hija. Nos gusta que se quieran y reflejen, pero también nos atrae
que se distancien y disgusten. Seguramente para obsequiarla con algo
importante, Carlota Casiraghi ha regalado a su madre, Carolina de
Mónaco, cumpleañera esta semana, el escándalo de su supuesto nuevo
noviazgo.
Carlota siempre gustó,
desde que a los seis años apareciera en las festividades de Santa Devota
con una minicartera Chanel hecha a su infantil medida. Antes que las
grandes marcas descubrieran el filón for kids, Carlota fue la modelo
pionera. Siempre ha tenido esa boquita, deliciosa en su infancia y
trémula el resto de su vida. Siempre ha parecido un sueño como princesa e
hija, delicada e hípica, imponente y distante, nacida rica y sabiéndose
rodear de talento y belleza para el resto de sus días.
Tres veces la he
visto de cerca. En Colette, la tienda parisiense donde se vende lo que
estará de moda cuando al fin salgamos de la crisis, acompañada de su
madre. Las dos compartiendo un diálogo en ultrasonido inaudible sobre
las prendas expuestas o sobre cómo hablar en público cuando todo el
mundo te mira. La segunda vez fue en el almuerzo posterior al Baile de
La Rosa, donde Almodóvar y compañía habían sido invitados de honor y
tema de la gala.
Su madre ofreció un
lunch a los invitados españoles profuso en pescado y cosas del mar,
vinos y la presencia de los hermanos Casiraghi. Carlota se mantuvo
oculta entre sus amigos, subida a una grada al final del espléndido
salón, mirándonos como si fuera uno de los pájaros en la película de
Hitchcock.
La tercera vez, en
la fiesta de Vanity Fair en Cannes, más habladora, más alta, más
deseada. Andrés Velencoso suspiró brevemente: "Es la auténtica
princesa". Ahora se siente perseguida porque, según Paris Match, ha
cambiado de novio. Dejó a su casi prometido, Dellal, de una familia
amiga de sus padres, rico y contemporáneo, por un actor, Gad Elmaleh, de
40 años, y que ha desatado las comparaciones con su madre. Porque la
diferencia de edad se parece a la que tuvieron Carolina y Philippe Junot
cuando se casaron en 1978 para divorciarse rápidamente en 1980.
Pero la comparación
más atractiva es que este nuevo amor recuerda al romance de mamá
Carolina con el galán francés Vincent Lindon. Recordemos que, desolada,
la viuda Carolina se refugió en la Provenza junto a sus hijos a
principios de los noventa. Se enamoró poco a poco de Lindon, que hizo el
papel de primer segundo padre de los pequeños Casiraghi.
Ahora, con 25 años,
Carlota quiere vivir la experiencia del varón maduro, del papi
recuperado, y toda la prensa del corazón la sigue. Ella sale y entra de
la casa de su nuevo amor vestida como si cada noche fuera el mismo día,
sonriente al alba y deslizándose al atardecer.
Carlota está ciega
de amor, mientras Rajoy y los suyos acusan miopía para equilibrar lo que
ya no tiene balance. Desolados ante la agonía de nuestra economía,
necesitamos esta principesca chispa de la vida en este agobiante
panorama de recesiones y cruceros semihundidos, varados, como si el
Mediterráneo estuviera tan cansado que ni siquiera tuviera fuerzas para
tragar.
Carlota se queja
del seguimiento, pero el principado de Mónaco secretamente lo agradece.
Porque aparta el foco de atención de una realidad incómoda: el paro
también ha crecido en Mónaco. Sí, hasta rozar el 1%, sin duda un mal
dato en un país donde sus habitantes son millonarios. Justo lo que nos
faltaba para desesperarnos: ¿y si Mónaco se hunde en una crisis de
millonarios en paro?
Las persecuciones a
mujeres siempre han vendido. Carlota intenta hacer en esta precisa
semana lo que inició Telma Ortiz, hermana de la princesa de Asturias,
que llevó a los tribunales a toda la prensa del corazón. Telma no ganó
el juicio, pero consiguió su objetivo: sostener la fantasía de ser
normal. ¿Qué irá a pasar ahora con la vicepresidenta Santamaría,
perseguida y señalada por el clero por estar felizmente casada por lo
civil?
A pesar de
manifestar que sus declaraciones fueron hechas en privado, el obispo
Blázquez no gusta de la idea de Soraya pregonera en Semana Santa sin
estar casada por la iglesia. Soraya, que calcula los minutos en sus
comparecencias para dejar sin derecho a réplica a los otros políticos,
tendrá un pregón muy anticipado. ¿Explicará en el mismo de qué va la
reforma profunda de la justicia? ¿Tendremos boda en Valladolid y un
asombroso torneo de peinetas entre las ladies del partido? Soraya tendrá
que vestir el velo y aceptar la cruda realidad del blanco roto en su
atuendo nupcial. Luego le será más fácil aceptar otras exigencias del
clero. Poco podemos hacer los que pensamos que el matrimonio civil es
casi perfecto. Pareciera que los arzobispos se están organizando y
Soraya y los de vida desordenada estamos en la diana. Solo podemos
decir, tanto a ella como a la Carlota: si te casas, te embarcas.
También se confirma
esta semana que muchos hablan de lo que no saben. Los obispos, de sexo;
los economistas, de economía, y el presidente, de nada, sigue callado
como una princesa. Saber de todo es innecesario. Por eso, Carlota reina
en las portadas, porque hace lo que mejor sabe: vivir.
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