martes, 6 de noviembre de 2012


  1. La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco

    La ceremonia matrimonial de Grace Kelly con el príncipe Rainiero de Mónaco tuvo lugar el 19 de abril de 1956. Esa fecha marcó un antes y un después en la vida de la glamorosa estrella hollywoodense nacida en Filadelfia.
    La actriz-princesa cuya vida de novela se aderezaba con un halo de elegancia natural, rodeada siempre por los representantes más exclusivos del beau monde, sigue dictando a los creadores cómo conferir a la mujer una femineidad delicada y elegante sin perder la sofisticación del glamour. En ella se mezclaban la practicidad estadounidense del american way of life, país que la vio nacer, crecer y triunfar, con el chic de la Europa decadente, donde la bellísima, diva del cine primero y miembro de la realeza después, creó su familia y fue una excepcional consorte. Su peculiar manera de vestir, mezclando lo clásico con lo vanguardista, consiguió convertirla en una verdadera musa atemporal de la moda, un icono que traspasó las décadas.

    Edith Head, modista de la Paramount Pictures, creó el sugerente vestido de satén verde perla con el que Kelly recogió su único Oscar en 1954 por The Country Girl (“La angustia de vivir”), cuando tenía sólo 25 años. La legendaria diseñadora de vestuario que logró el Oscar en ocho ocasiones se tomó muy mal que Grace Kelly no le encargara su vestido de novia y tenía su punto de razón: la actriz nunca apareció más esplendorosa que en Rear Window (“La ventana indiscreta”) y To Catch a Thief, (“Para atrapar a un ladrón”), ambas dirigidas por Hitchcock, con el espectacular vestuario elaborado en el taller de Head.


    Luego del anuncio del compromiso, el 5 de enero de 1956, aunque Rainiero dijo que Grace no volvería a actuar, la actriz se reincorporó a la filmación de High society (“Alta Sociedad”) y, al concluir, pidió un año libre a Metro Goldwyn Mayer, los estudios fílmicos con los cuales le quedaban cuatro años de contrato por cumplir. MGM quería mantener a su famosa actriz, lo cual explica que le regalara los vestidos que vistió en la película, y también el traje de novia. Helen Rose —la principal diseñadora de vestuario de MGM— fue la responsable del traje que lució Grace y que fue considerado el más caro salido nunca de los estudios de la Metro.


    La filmación de High Society mantuvo muy ocupadas tanto a la futura novia como a la diseñadora; por lo que usaron como punto de partida una idea concebida para el vestuario de esa película. Grace pidió que le incorporara una cola; la parte superior fue hecha con un delicado encaje francés rosa pálido de un siglo de antigüedad y la amplia falda unida por un fajín. Tan pronto aprobó el diseño, 35 artesanos —modistas, bordadoras, especialistas en color— dedicaron 6 semanas a elaborarlo. Al encaje se añadieron veinticinco metros de tafetán y cien metros de tisú de seda. La tradición de llevar la novia algo azul, la cumplió con el detalle de adornar las tres enaguas superpuestas con lazos azules. Y el velo llevaba bordados miles de diminutas perlas.



    Para empacarlo construyeron una caja de aluminio de 2,10 x 1,2 metros, donde iba el vestido (relleno de almohadillas y papel de seda), el velo, el devocionario y el traje para la ceremonia civil junto a un negligee e incontables motas de algodón empapadas de perfume para ‘que cuando lo abriera recibiera el aroma de miles de flores’. Grace ensayó a vestirse varias veces antes de la mañana del 19 de abril, cuando llena de solemnidad se desplazó por el pasillo de la catedral de San Nicolás para convertirse en Su Alteza Serenísima y detentar la lista de títulos más larga de la nobleza, aunque todos ellos fueran de menor entidad, ínfima la mayor parte de las veces.



    No era la primera mujer de su país que accedía como consorte al trono del principado, ya que le había precedido Alice Heine, de Nueva Orléans, quien casó con Alberto I de Mónaco, pero sí fue la más admirada, la más querida, la más criticada cuando perdió su silueta de cisne y la más llorada el día de su entierro. Y también la menos conocida en su dimensión humana, para ceder el lugar a un escenario de opereta y un personaje de “princesa de cuento de hadas”, como diría la prensa. Sin tener sangre real en sus venas, Grace Kelly supo mantenerse en su puesto con una elegancia y discreción dignas de la mejor cuna. Desde el momento en que contrajo matrimonio con Rainiero nadie pudo poner el más mínimo reparo a su comportamiento y llegó incluso a controlar la calificación moral de las películas exhibidas en su principado.


    En poco tiempo, la que había sido famosa estrella de cine, estilizada modelo y portada de las más prestigiosas revistas especializadas, se había convertido en lo que sería su imagen fiel hasta su muerte: la marca de fábrica de la dama de alta sociedad solitaria y aburrida. Consciente de su destino y de su obligación de vender con dignidad el atractivo turístico y el refugio financiero que daba Mónaco, Grace había decidido dar a su público lo que le pedía. Su rubia melena de diario y sus moños, chignons o complicados postizos en las recepciones serían invariables, incluso en el catafalco. Ni un asomo de cardado, de mechas, ni un cambio en esa forma de peinarse que la definiría.



    Una sonrisa digna, de perlados dientes. Gafas negras en sus encuentros al aire libre con la prensa. Zapatos de medio tacón, para no destacar ante la talla de su marido y superarle. Foulards blancos al cuello de los discretos trajes de chaqueta. En la mano derecha, bolso de Chanel o de Roberta di Camerino y unos impolutos guantes claros de cabritilla, como los que usaba la reina Isabel de Inglaterra, la soberana que la consideraba una advenediza. No hubo congreso, festival de televisión o concierto que no contara, aunque solo fuera por breves minutos, con la presencia de la nueva princesa. Una presencia que costaba una fortuna, pero que hacía de Montecarlo el punto más exquisito y elegante de la Costa Azul.



    Prematuramente madura, con unos cuantos años más de su edad real a causa de los clásicos modelos con que se vestía y embebida de sus sueños tradicionales, la norteamericana intentó llevar hasta el fin sus ideas. La fidelidad matrimonial, una profunda religiosidad y la defensa de imponer una educación tradicional a sus futuros hijos, fueron desde
    el primer día sus objetivos.


    El ingreso de Kelly en el mundo de la realeza transmutó aquel estilo clásico de los cincuenta en un gusto por la alta costura que tuvo en Dior, Balenciaga, Givenchy y Saint Laurent sus grandes favoritos. Fue un vestido de gasa azul de Christian Dior el que permitió a la princesa proclamar desde la portada de Paris Match, en 1956, que las mujeres embarazadas podían seguir transmitiendo un chic innato. Utilizó un elegante traje verde de Givenchy para una visita oficial a la Casa Blanca en 1961, donde fue recibida por JFK y su esposa, Jacqueline. En 1981 eligió un fabuloso vestido morado de Yves Saint Laurent para una gala benéfica en el Royal Opera House, de Londres, donde coincidió con lady Diana Spencer, futura princesa de Gales.

    Por el día elegía pañuelos de Hermès con todos los motivos y temas de la historia universal: abstractos, con motivos art-decó, de animales, selvas u otros lugares geográficos. Los maravillosos carrés de seda de la maison francesa de maletas y complementos servían a la princesa para proteger sus cabellos del sol, cuidar su garganta del frío o para ser anudados como simple adorno de sus bolsos, cinturones o vestidos.


    Otro de los básicos de Grace Kelly eran las gafas de sol -que elegía enormes-, los vestidos tipo túnica, tan de moda en los ’70 y los grandes bolsos con herrajes de inspiración joya. No por nada la casa de alta costura favorita de la dama, Hermès, bautizó a uno de sus bolsos estrella, que hoy sigue editando con diferentes materiales, con el nombre de la princesa, el Kelly bag.

    Grace había puesto de moda ese modelo al ser fotografiada varias veces con él. En cuanto a los bolsos de noche, usaba pequeños clutches cuajados de brillantes. Las pamelas o grandes sombreros le encantaban, así como los lazos anudados a la cintura.

    La ropa de ballet fue otra de sus grandes fuentes de inspiración: tules, sedas, organdí, el color rosa casi blanco de las bailarinas enamoraba a la princesa, que en repetidas ocasiones pidió a los modistos esta clase de diseños para la noche. Los vestidos vaporosos ceñidos al talle en colores pastel llenaban sus armarios. Avanzada su vida de princesa se decantó por sinuosos vestidos de noche muy ceñidos, en satén, raso, organza y seda. Su color favorito para las grandes ocasiones era el negro, seguido del rosa claro y el azul. Chanel era su modista ideal para los trajes sastre, que adoraba confeccionados en tela de tweed.



    Grace daba rienda suelta a su fantasía cuando iba a un baile de disfraces. Para aumentar los fondos de la Cruz Roja organizó un baile anual de beneficencia a favo r de la institución, que resultó el acontecimiento social más esplendoroso del año en la Costa Azul y uno de los más selectos del mundo.

    En el curso de los años asistieron al evento algunos de los personajes más conocidos del orbe, todos ataviados con trajes espectaculares. Pero los disfraces más fantásticos los lucía Grace, que un año tuvo que trasladarse a la gala en una furgoneta, porque su tocado, compuesto por largas agujas doradas, no cabía en el coche real. “Parecía radio Montecarlo”, bromeó la princesa. Esta gala fue siempre su diversión favorita, porque le daba la oportunidad de ver a sus antiguos amigos, vestirse de manera extravagante y conseguir gran cantidad de dinero para una causa con la que se había comprometido de corazón.

    Pero en ella siempre estaba presente la contradicción.

    La princesa, tan comprometida y ocupada, era capaz de olvidarse, en ciertos momentos, de todas sus responsabilidades, de una manera casi infantil. Una de sus damas de honor recuerda que una vez fue a buscar a Grace a palacio para que asistiese a una asamblea de la Cruz Roja y olió que algo se quemaba. Rápidamente abrió la puerta de la biblioteca. Grace estaba allí jugando con un sello que Rainiero le había regalado con el escudo de armas de su familia. Estaba calentando diversas ceras de colores para ver cuál de ellas iba mejor. “Cuando me vio –escribió la joven- dio un salto pequeño como una niña cogida en falta. Por toda la estancia había cera fundida; la mesa redonda y la alfombra estaban llenas de cerillas y de sobres arrugados. Grace continuó jugando hasta que, de pronto, vio la hora que era y comprendió que ya no podía acudir a la asamblea”.

    Cuando no tenía algún asunto serio entre manos, o ninguna diversión, la princesa sucumbía al aburrimiento sin intentar llenar aquellos espacios de libertad. Aquel decaimiento le impedía actuar correctamente en algunas ocasiones y cumplir con sus responsabilidades cuando éstas coincidían con ese estado anímico, lo que era bastante frecuente. Grace trataba de aliviarlo como podía. Era, según un amigo, “infantil” respecto a las fiestas y le excitaba mucho ver a sus amistades. Era infatigable en las reuniones, a veces se resistía a volver a palacio y se quedaba bebiendo champaña hasta altas horas de la madrugada. Esto sucedía también cuando recibía a sus amistades, con quienes jugaba. Y recordaba tiempos pasados hasta el amanecer.





    Grace tardó varios años en sentirse a gusto entre los monegascos. Su falta de confianza en el buen desempeño de su papel le resultaba, a veces, un verdadero obstáculo. Su dificultad con el idioma, su falta de familiaridad con el protocolo, su temor a dejar en mal lugar a su esposo, incluso su miopía, la mantenían dentro de una “burbuja de plástico” durante sus apariciones en público. Y el resultado era que, una mujer que sus amigos conocían como cálida y llena de vida, no sólo estaba aislada de sus súbditos, sino que se distanciaba de relaciones sociales que hubiesen podido proporcionarle nuevas amistades para salir de su soledad.
    Según la gente ajena a Mónaco, se había integrado perfectamente y con elegancia en los ambientes de la realeza.

    Su belleza deslumbraba al más indiferente de los jefes de Estado y su reserva, aunque hija del miedo, era considerada como una prueba de su rango. En la década del sesenta, la princesa Grace era considerada una de las mujeres más admiradas, celebradas e imitadas del mundo entero, hecho que confundió a algunos observadores. Maurice Zolotow, al dar el perfil de Grace en 1961, empezaba su artículo:

    Una de las cuestiones más curiosas de la opinión pública es por qué todos continúan estando pendientes de cierta rubia alta y esbelta, de treinta y dos años de edad, que se casó y tiene dos hijos y que, durante seis años, no ha contribuido en nada, absolutamente, al desarrollo artístico, político, económico o social del mundo, para justificar la gran atención que consigue…

    Es una de las siete mujeres más populares de la pasada década en la prensa internacional, siendo sus rivales la princesa Margarita, Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, Elizabeth Taylor, Jacqueline Kennedy y la reina Isabel II de Inglaterra. Se ha publicado mucho más acerca de la princesa Grace hoy en día, en las revistas y los periódicos de Europa y América, que en 1954, cuando se hallaba en el pináculo de la fama como una de las mejores estrellas de Hollywood…”



    La mística de estrella de cine convertida en princesa le sirvió de mucho, pero también le ayudó la particularidad de ser la esposa de un jefe de Estado. Pocas personalidades políticas resultaban tan bellas, tan elegantes, tan encantadoras en las entrevistas personales como la princesa consorte de Mónaco. Las mismas atractivas cualidades que separaban a Jacqueline Kennedy de las otras esposas de presidentes eran las que distinguían a Grace.
    El nacimiento de sus hijos, más que cualquier otra cosa, cimentó la unión de Grace con el príncipe y con el principado. Estaba decidida a ser la mejor de las esposas para su marido, la mejor de las madres para sus hijos y también la mejor princesa de Mónaco. William F. Buckley dijo de Grace que “si hubiese decidido ser monja en lugar de princesa, no habría existido la menor diferencia en la fidelidad de su vocación”.


    La segunda mitad de la década de los sesenta fue el período más feliz de la vida conyugal de Grace. Casi todas las pruebas con las que había tenido que enfrentarse en sus primeros diez años como princesa habían quedado atrás; había superado correctamente su período de aprendizaje. Había aceptado el protocolo real y familiar y lo había integrado a su vida. Comprendía las costumbres y la idiosincrasia de los monegascos y les había demostrado su carácter por medio de sus actos y su ejemplo, con lo que había logrado su afecto y admiración.




    Hasta los setenta Grace había demostrado una imperturbable apariencia de decoro. En público se mostraba como un compendio de reserva y compostura. En las entrevistas mantenía invariablemente su dignidad y sólo decía lo que se esperaba de ella, sin apenas revelar nada acerca de sí misma. Sonreía fríamente y dejaba sin respuestas aquellas preguntas que consideraba impertinentes. Ciertos reporteros la describieron como “repetitiva” y “rígida”, con una sonrisa “plástica” y “helada” y sus respuestas eran consideradas “aburridas”.

    La proximidad de sus 40 años produjo en ella un cambio de actitud. Silenciosa y constante, en lugar de reducir sus actividades y obligaciones, Grace se imponía más. Prefería tener mucho trabajo y acabar exhausta, que disponer de excesivo tiempo libre, lo que la llevaría a aburrirse, a inquietarse y a sentir nostalgia de sus amigos. Se ocupaba además de proyectos propios, de empresas que satisfacían su creatividad y que la mantenían un poco al margen de sus problemas y responsabilidades: primero diseñó cuadros con flores disecadas, lo que resultaba sedante para ella, luego se ded icó a la lectura de poesía, que la llevó a hablar en público por toda Norteamérica y Europa.

    El escritor y director John Carroll dijo que “la princesa Grace posee un gran sentido del ritmo, el sentido de la perfección. Posee una voz suave, muy grata, con una maravillosa gama de tonos. Y posee, asimismo, un gran sentido del humor”.
    Sus experiencias durante la segunda mitad de la década de los ’70 supusieron una dolorosa sucesión de problemas: rumores de infidelidades del príncipe, distanciamiento en la pareja, disgustos con sus hijos. Sus estados de nervios la llevaron a refugiarse en el alcohol. El resultado fue que no pudo controlar su peso y el último año de su vida engordó en exceso, aspecto que resultaba bastante extraño en una mujer que siempre había sido delgada. En 1982 un accidente de auto le quitó la vida, en la misma carretera de Mónaco en la que ella y Cary Grant hacen un picnic en la película To Catch a Thief.


    La princesa Gracia Patricia de Mónaco sigue siendo un referente de la moda, su belleza y elegancia quedaron grabadas en la memoria colectiva y se transformó en todo un icono. Jean d’Ormesson, de la Academia Francesa, dijo de ella al momento de su muerte: “Era uno de esos escasos seres de leyenda que dan su gracia al mundo. Por una casualidad demasiado notable como para ser sólo una obra del azar, unía con belleza y encanto dos sueños de nuestra época, el uno dirigido al porvenir y el otro al pasado: los estudios de cine y los bailes de la corte, los reflectores y los palacios, el cine y el trono. La última pastora de corazones de nuestro tiempo había sido actriz antes que princesa. Había interpretado ese mundo antes que vivirlo y, en sus dos vidas sucesivas, había conocido la gloria y encarnado la felicidad para los millones de espectadores de su fulgurante carrera”.
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    Grace, mi adorada y amada princesa (de hecho en mi habitaciòn colguè una imagen de ella)
    eres la mejor. Aunque como a todos la vida no le sonrìo: detestada por su suegra Carlota y su cuñada Antonieta (ya fallecidas) èsta ùltima la acusaba de malcriar a Carolina y Stephanie; Rainiero segùn leì despùes del entusiasmo inicial de la boda se volviò frìo y duro
    (seguro llorò mucho debido al remordimiento) el ùnico que no fue dìscolo:Alberto al parecer heredò el flemàtico caràcter materno siempre con ese aire de tranquilidad (de hecho en las fotos que he visto del entierro de Grace Alberto iba bastante serio pero no desgarrado
    como Rainiero y Carolina seguro se reprimiò.)
    Sea de cualquier modo Grace dejò un legado imenso en la historia: su belleza y el aliciente para la recuperaciòn de Mònaco; quizàs terminò sus dìas de forma catastòfica, pero parafraseando a Jaime Peñafiel:no hubiese soportado los èscandalos que siguieron;
    Grace Kelly llevarìa 81 años de vivir; 81 trìstisimos años.



  2. La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco
  3. bueno, nunca se sabrá si hubieramos tenido escándalos en Mónaco si Grace hubiera vivido.
    Quizá las cosas hubieran sido diferentes, hubiera aconsejado a Alberto a casarse y no tendríamos que "aguantar" a Charlene

    desde luego, para mi, la favorita, la madre de mi adoradísima suegra y abuela de mi adorada... reconozco que de las tres, me hubiera quedado con ella (y la juerga de La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco
  4. ^Exactamente.
    Charlene no estaria ahora a punto de casarse con Alberto.

    Grace es una princesa insuperable, y me molesta tanto cuando comparan a la Grace look alike contest winner de Charlene...es una mujer tan arrogante y se creyo todo lo que dijeron...despues del casamiento, ella (no Mónaco) va a caer en picada, con un Alberto que no la ama, y que a pesar de toda la fortuna a la que pueda tener acceso, su vida va a quedar truncada.

    La vida de Grace fue muy interesante.
    Una vez vi en television una biografia de ella, y Oleg Cassini menciono que ella estaba enamorada de él, pero que igualmente se casaria con Rainiero. Oleg le dijo "pero no lo amas" y ella contesto "aprendere a quererlo"

    Al principio no la aceptaron en Monaco y sin embargo hizo su papel magnificamente.



  5. Has tocado mi tema favorito soy un hiper-mega fan de Grace de Mònaco, te felicito muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuucho.
    Grace, mi adorada y amada princesa (de hecho en mi habitaciòn colguè una imagen de ella)
    eres la mejor. Aunque como a todos la vida no le sonrìo: detestada por su suegra Carlota y su cuñada Antonieta (ya fallecidas) èsta ùltima la acusaba de malcriar a Carolina y Stephanie; Rainiero segùn leì despùes del entusiasmo inicial de la boda se volviò frìo y duro
    (seguro llorò mucho debido al remordimiento) el ùnico que no fue dìscolo:Alberto al parecer heredò el flemàtico caràcter materno siempre con ese aire de tranquilidad (de hecho en las fotos que he visto del entierro de Grace Alberto iba bastante serio pero no desgarrado
    como Rainiero y Carolina seguro se reprimiò.)
    Sea de cualquier modo Grace dejò un legado imenso en la historia: su belleza y el aliciente para la recuperaciòn de Mònaco; quizàs terminò sus dìas de forma catastòfica, pero parafraseando a Jaime Peñafiel:no hubiese soportado los èscandalos que siguieron;
    Grace Kelly llevarìa 81 años de vivir; 81 trìstisimos años.

     Para Tí.
    Por cierto alguien sabe a cerca del desplante que alguna vez realizó la Reina Doña Sofía a Grace? En que ocasión se produjo?
    Gracias.

    Citar 
  6.   La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco

    Candilejas:
    Gracias, besitos para tì desde mi tierra Nicaragua.
    Respecto a lo de Sofìa y Grace te comento que desde ya en la boda, las casas reales de Europa boicotearon su enlace; mandando representantes negandòse a estar presentes ya que ellos consideraban a los Kelly como "una especie de aristocracia menor" Grace Patricia (casi igual que su futura nuera) no cayò bien los primeros años de su matrimonio a los monegascos (en especial, como ya dije a su suegra y cuñada; al revès del prìncipe Pierre de Polignac su suegro el que segùn leì le hizo un regalo magnìfico de un collar de perlas en su boda.Esta era otra razòn por la que su suegra la detestaba y que no consitiò el enlace de Rainiero con la "actriz èsa.")

    El acercamiento de las demàs monarquìas a Grace surgiò a partir de que Victoria Eugenia de Battenberg fuese madrina de su hijo Alberto; no asì Isabel Windsor rechazò la posibilidad de que Carolina Grimaldi fuese mujer de su hijo Carlos (curiosamente hace como 9 años atràs la prensa especulò de 1 flechazo entre los hijos de ambos : Guillermo & Charlotte.)
  7.   Re: La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco

    Victoria Eugenia era todo un carácter, siempre he pensado que era una mujer avanzada con respecto a la época que le tocó vivir. Todos los testimonios que se dan de esta mujer son siempre positivos.

    Grace, guapísima. Es un conjunto prácticamente perfecto: una cara preciosa y un cuerpo


  8.   Re: La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco

    eso de siempre comparar a la Kelly con Charlene, que si charlene nunca sera igual....que si esto que si aquello, ya resulta cansino y francamente es una soberana perdida de tiempo.

    Grace Kelly solo es comparable con las pesos pesados de hollywood
    Liz taylor....la monroe... audry herburn (mi favorita).....ava gardner etc etc

    Dato curioso eso del boicot de las casas reales por considerar menos a la Grace y resulta ironico cuando vemos los matrimonios tan particulares que hicieron sus hijos .....es que al final se tuvieron que rendirse ante Grace.

    Hoy por hoy si mucha gente en el mundo ubica al pequeño principado de Monaco es unica y principalmente por ella.... es que la Kelly fue y es mucha Kelly
  9. Re: La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco

    La verdad es que lo de las comparaciones resulta absurdo: Charlene con Grace, Kate con Diana, ¿acaso a Diana la compararon con la Reina Isabel?, ¿o a Mary con Margarita?, ¿o a la misma Grace con Charlotte?. Cada una es diferente y cada una labra su camino.

    Grace era única y fué muy especial. Es lamentable que las otras casas reales le hayan dado la espalda, pero al final demostró que habría sido una princesa incluso si no se hubiera casado con un príncipe.
    ©Candilejas
    Citar
  10. : La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco


    Respecto a lo de Sofìa y Grace te comento que desde ya en la boda, las casas reales de Europa boicotearon su enlace; mandando representantes negandòse a estar presentes ya que ellos consideraban a los Kelly como "una especie de aristocracia menor" Grace Patricia (casi igual que su futura nuera) no cayò bien los primeros años de su matrimonio a los monegascos (en especial, como ya dije a su suegra y cuñada; al revès del prìncipe Pierre de Polignac su suegro el que segùn leì le hizo un regalo magnìfico de un collar de perlas en su boda.Esta era otra razòn por la que su suegra la detestaba y que no consitiò el enlace de Rainiero con la "actriz èsa.")

    El acercamiento de las demàs monarquìas a Grace surgiò a partir de que Victoria Eugenia de Battenberg fuese madrina de su hijo Alberto; no asì Isabel Windsor rechazò la posibilidad de que Carolina Grimaldi fuese mujer de su hijo Carlos (curiosamente hace como 9 años atràs la prensa especulò de 1 flechazo entre los hijos de ambos : Guillermo & Charlotte.)

    Isabel se atrevió a rechazar esa posibilidad con la bella Carolina?
    Dice que Dios escribe recto en renglones torcidos... por eso le regaló a Camila

    Pobre Grace una historia difícil
    Gaacias Joseph.
    Cotisaludines

  11. #12

      Re: La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco


    Dato curioso eso del boicot de las casas reales por considerar menos a la Grace y resulta ironico cuando vemos los matrimonios tan particulares que hicieron sus hijos.....es que al final se tuvieron que rendirse ante Grace.
    [B]Bien dicen que nunca hay que escupir al cielo....porque la escupida te cae en la cabeza..[/B]

    Hoy por hoy si mucha gente en el mundo ubica al pequeño principado de Monaco es unica y principalmente por ella.... es que la Kelly fue y es mucha Kelly







    Comienza tu día con una sonrisa, verás lo divertido que es andar por ahí desentonando conel mundo ´-Mafalda dixit
    Monsieur Joseph está desconectado
  12. Predeterminado Re: La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco

    Candilejas!!!!!!!!!!!
    Hola nuevamente.
    Sabes, ya que mencionastes lo de Grace y Lady Di te comento el sig. dato extremadamente curioso:
    Ambas entablaron una gran amistad, cuando el 18/9/1982 se realizaron las exequias (entierro) de la esposa de Rainiero III. Lady Di viajò secretamente a Mònaco para presenciar su ùltimo adiòs. ¿Lo curioso? cuando faltaba un mes para el 15 aniversario de la muerte de la princesa monegasca. Diana de Gales morìa casi en circunstancias iguales: accidentes de tràfico sospechosos, por carreteras peligrosas del territorio francès, teorìas de asesinato etc.

  13.   Re: La bellísima Grace, Princesa Consorte de Mónaco

    Grace Kelly

    El cisne de Mónaco

    Nació en cuna de oro. Debutó como actriz a los 6 años. Falleció a los 52, en un accidente automovilístico. Triunfó en Hollywood y en Mónaco. Fue la musa de Alfred Hitchcock. Le dio tres hijos al príncipe Rainiero. Así era Grace Kelly, una reina de dos mundos.























    Grace Patricia Kelly vivió dos vidas: la primera, en Hollywood; la segunda, en Mónaco. Y no cabe duda de que en ambas brilló con luz propia. Más aún, como princesa superó todos sus fastos de actriz, llevando una existencia plena de fama y lujos que en el cine suelen ser fantasías pasajeras. Además, al hablar de Grace no se puede aludir a una infancia desdichada, típica motivación de escape y ardua búsqueda del estrellato modelo Marilyn Monroe o Rita Hayworth, por ejemplo. Todo lo contrario, como Katharine Hepburn y un pequeño grupo de artistas, Grace nació en cuna de oro y creció sin conflictos familiares, a base de una educación refinada y con una libertad envidiable. Llegada al mundo en Filadelfia el 12 de noviembre de 1929, en un próspero hogar irlandés y católico liderado por un rico empresario de la construcción, Grace fue la tercera de tres hermanas y, como ellas, desde niña estudió en el colegio religioso de Ravenhill. La idea era, claro está, convertirla en una señorita elegante y destinada a contraer un matrimonio “conveniente”, al modo de su propia madre. Pero a los 6 años encarnó a la Virgen María en una obra de teatro infantil, y esa noche fue la suya. Así comenzó Grace su primera vida.

    Grace actriz . Ese debut lo cambió todo. Su madre había sido modelo y se conmovió ante su precoz carisma. Su padre, incómodo, soportó una broma de su hermano y tío de Grace, el escritor George Kelly: “Paciencia, te salió actriz”. Y la hoja de ruta quedó marcada: la niña seguiría actuando a nivel amateur, y terminados sus estudios se trasladaría a Nueva York para tomar clases de interpretación en la prestigiosa American Academic of Dramatics Arts. Veinteañera ya, tenía una irreprochable conducta y su padre protestó, pero no se opuso a que desfilara como modelo de alta costura y luego en avisos comerciales de televisión, en los que ofrecía aspiradoras eléctricas, sombreros, cerveza o cigarrillos. Terminaba la década de 1940 y la modernidad parecía encarnarse en ese rostro equilibradamente bello, alejado de la imagen de la “mujer fatal” made in Hollywood. Y así, doméstica pero atractiva, sencilla pero inteligente, fue para los productores de Broadway una herramienta impar en las desparejas piezas teatrales que protagonizó, y en las que de pronto la descubrirían los cazatalentos del cine. Cosa que ocurrió puntualmente en 1949, cuando hacía Las herederas, de Henry James: allí, el director Henry Hathaway le ofreció un rol secundario en su primer film, Catorce horas, de 1951.

    Después, sus saltos hacia la cumbre serían pocos, pero enormes. Uno fue el western High noon, o Solo ante el peligro, o A la hora señalada, de 1952, obra maestra de Fred Zinnerman, con Gary Cooper como un sheriff obligado a defender por sí solo a un pueblo de cobardes asolado por una pandilla de malhechores. Allí, junto al taciturno Cooper y la recia Katy Jurado, la serena Grace logró componer un personaje secundario de primer nivel. Tanto que, en 1953, el gran John Ford la incluyó en Mogambo, excitante aventura africana en la que Grace conformó un triángulo amoroso con el galante Clark Gable y la “comehombres” Ava Gardner. Escándalo de ficción que en no pocos países europeos, a partir de España, padeció la censura religiosa y hasta llegó a prohibirse su proyección. Grace ya había sido nominada a un Oscar por High noon, obtendría el de mejor actriz de reparto por Mogambo, y al fin ganaría el de mejor actriz por La angustia de vivir, dirigida por George Seaton. Película romántica en la que se habría enamorado perdidamente de su partner William Holden, al punto de intentar casarse con él. ¿Por qué no lo hizo, entonces? Quizá por consejo de sus padres, que seguían imaginando para ella un esposo con fortuna y alcurnia, lejos de las magras tentaciones de Hollywood.

    Esto ocurría en 1954 y, a los 25 años, Grace habría replicado con toda una serie de amoríos fugaces, siempre con colegas de la pantalla grande: desde Ray Milland hasta Bing Crosby, por ejemplo, pasando quizá por Cary Grant, de quien se decía que sólo era su mejor amigo y más leal confidente. El caso es que Grant, actor fetiche de Alfred Hitchcock desde 1941, cuando el maestro del suspenso rodó con él La sospecha, le presentó a Grace en 1953, y hubo amor artístico a primera vista. Hitchcock estimaba las facciones poco expresivas, reconcentradas antes que desbordantes, y Grace tenía, como su amigo Grant, una perfecta “cara de poker”. En cuanto a Grace como actriz, en seis años trabajó en once películas, y en las revistas del corazón figuró como “la Primera Dama de Hollywood” por encima de Marilyn, Rita, Ava y otras estrellas más eróticas. Tal vez porque, misterios del star system norteamericano, ella fue la menos norteamericana de todas las divas. Cabe reconsiderar que, en los modernos ’50 y los primeros ’60, el ombligo de las aspiraciones culturales de las clases media y alta estadounidenses quedaba en Londres y en París, cunas del existencialismo, el pop art, el prêt-à-porter y toda la renovación del período de posguerra, aun en plena Guerra Fría. Y quizá Grace sintetizaba eso: la gracia, el encanto, la seducción femenina sin extorsión sexual. Cualidad de época que le permitió trabajar sin escollos de género en películas bélicas como Los puentes de Toko-Ri, y en musicales como Alta sociedad, o en Fuego verde y El cisne, de donde saldría su apelativo para su segunda vida: El Cisne de Mónaco.

    Grace reina . En 1955, por haber sido la actriz más taquillera del año anterior, representó a la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos en el Festival de Cannes. La revista Paris Match destacó su “talento, belleza belleza y distinción”, y orquestó una “cita cumbre” o reportaje a dos puntas entre Grace y el por entonces apuesto y soltero príncipe de Mónaco, que denodadamente buscaba una posible esposa para darle continuidad a la estirpe de los Grimaldi. “Se llama Rainiero, tiene 32 años, estudió Ciencias Políticas en París, es coronel del ejército francés y se lo considera el mejor partido europeo para cualquier mujer”, le dijeron a Grace. “Yo no soy cualquier mujer”, respondió Grace, pero finalmente aceptó el encuentro. Y como cuenta el biógrafo James Spada en su bestseller Las vidas secretas de la princesa, “la bella y la bestia” se conocieron en el palacio monegasco y, juntos, recorrieron los regios jardines con vegetación y zoológico propios, preguntándose mutuamente cómo era vivir de esa manera, qué esperaban el uno del otro, y si podían volver a verse algún día. Quizá porque no se gustaron, acaso por todo lo contrario. La que se mostraba más confundida e incómoda era la actriz. Pero según François Jaudel y Laure Boulay, autores del libro Los reyes de hoy, bastó que Rainiero metiera la diestra en la jaula de los tigres y acariciara la cabeza de uno de ellos, sin otra consecuencia que un feroz ronroneo, para que Grace quedara “secretamente flechada”. “Es que, de pequeño, yo quería ser domador”, le habría confesado Rainiero, y ella le habría dado un irrefrenable beso en la frente.

    De regreso en su Filadelfia natal, Grace recibió decenas de cartas de su ya enamorado príncipe, pero sólo respondió a tres o cuatro de ellas. Y una mañana de sol, Rainiero se presentó en su casa paterna. No vestía su uniforme militar galo ni ostentaba los fastos monárquicos de medallas y plumas al viento, sino apenas un simple traje occidental con corbata algo ladeada, más un democrático ramito de rosas frescas. Y en un par de días con sus noches, Grace le dio el sí para contraer nupcias.

    Pero no era tan fácil casarse con un noble. Primero, había que certificar clínicamente que ella era fértil, para asegurar la sucesión monegasca. Segundo, el futuro suegro debía entregarle a su inminente yerno una dote de dos millones de dólares. A cambio, Rainiero le obsequió a Grace un anillo de compromiso real con diamantes y rubíes, que ella lució en su última película: Alta sociedad, de 1956. Es que, de ahí en más, y ésta era la más dura condición, Grace debía despedirse de los sets de filmación para siempre. Y así lo hizo, aun con lágrimas en los ojos.

    En abril de 1957, la pareja se casó en la Catedral de Mónaco. Hubo más de 600 invitados especiales, entre ellos el rey Faruk de Egipto, el Aga Khan III, el naviero griego Aristóteles Onassis, el escritor VIP Somerset Maugham y varios amigos del cine: Frank Sinatra, Ava Gardner, David Niven y otros. La prensa la llamó “la bode del siglo”, y también “un cuento de hadas”. “Esto no es ningún cuento”, refutó Grace, y poco después fue madre de Carolina, y al año siguiente de Alberto, el esperado varón que al fin regiría el pequeño imperio de los Grimaldi. El plan era hacer de Mónaco el centro turístico más selecto y caro del mundo, y el faro universal fue Grace: por ella, miles de artistas, empresarios y ricachones a secas acudieron a sus hoteles y casinos de cinco estrellas, y dejaron fortunas allí. Entretanto, Rainiero cabalgaba o cuidaba animales de granja y Grace cocinaba hamburguesas y hot-dogs en un módico rancho cercano al gran palacio. Según Spada, más allá de haber “conquistado” al general Charles De Gaulle y presidir la Cruz Roja local, de haber puesto en escena los más fastuosos y rentables bailes anuales de disfraces, y soportado estoicamente la muerte de su padre en 1960 y una infidelidad cortesana de su esposo, Grace se sentía frustrada por una oculta razón: extrañaba Hollywood. No obstante, le dijo que no a la Marniede Hitchcock y sufrió dos abortos espontáneos, y llegó a confesar en la revista Playboy: “Sí, sí, hasta Su Alteza Serenísima Grace de Mónaco tiene ambiciones insatisfechas”.

    En 1965 nació Estefanía, y una vidente leyó su carta astral y le profetizó a Grace: “Esta hija encarnará tu rebeldía dormida, será altanera e independiente y te dará, quizá, lo peor de tu vida. Cuídate de ella”. Grace la echó, al grito de: “¡Fuera, bruja! ¡Puras supercherías!”. El bautismo de Estefanía, en la Catedral monegasca, fue una ceremonia premeditadamente espectacular, superior a cualquier escena cinematográfica jamás rodada: los súbditos regaron el piso con miles de rosas blancas y claveles rojos, colores del principado, y Grace dejó boquiabiertos a los periodistas e invitados, avanzando hacia la pila bautismal con Estefanía en brazos, vestida con una bata de seda azul y rosa pálido de Christian Dior, valuada en 12.000 dólares, con una cola de encaje de cuatro metros de largo. El negocio del glamour monárquico prosperaba, y a nadie le parecía indecoroso mezclarlo con la intimidad familiar en un show for export. Eso sí, a los 6 años, Estefanía ya era una niña insoportable: caprichosa y seductora al mismo tiempo, molestaba a la servidumbre y ensuciaba el palacio, con una clara conciencia de su poder a tan corta edad. ¿Sería ella como lo había vaticinado aquella vidente?

    Estefanía escapaba de toda escuela y, teenager ya, emularía a Carolina en París, llevando una vida alegre y despreocupada, perseguida siempre por gigolós y paparazzi, en bares y fiestas sin fin. Y cuando, en 1978, su hermana mayor se casó con Philippe Junot, un play-boy francés que le llevaba 17 años, Estefanía se negó a asistir a la boda porque Grace le prohibió ir en pantalones. Más aún, Paris Match la fotografió justo cuando un grupo de jovencitos como ella la arrojaba a la piscina del Beach Hotel de Montecarlo, y también besándose con el noble romano Urbano Barberini, vástago de la ralea de los Sforza y de 20 años, cuando ella aún no cumplía los 16. Pero ésa es otra historia, coprotagonizada por amas de llaves y guardaespaldas que celarían, sin éxito, a la más revoltosa y alcohólica hija de los Grimaldi. Sin embargo, conviene retener el dato. Según Louise de Maisoneuve en su libro Estefanía, la princesa maldita, a fines de 1981 ésta fue expulsada del colegio de las Dominicas por indisciplina y por fumar en clase, convivió tres meses con Barberini en una bohardilla parisiense y manejaba automóviles a alta velocidad. Se dice que el 14 de septiembre de 1982, cuando Grace murió, a los 52 años, en un accidente automovilístico ocurrido en una sinuosa carretera de Mónaco, la que conducía era Estefanía. Curiosamente, la misma curva en pendiente de Para atrapar al ladrón, donde el leal Cary Grant y la inolvidable Grace vivían un romance inmortal.


    “Devuélvanme a Grace”
    De la devoción artística que Alfred Hitchcock sintió por Grace Nelly nacieron
    La ventana indiscreta, El crimen perfecto y Para atrapar al ladrón, tres filmes que le devolvieron al realizador inglés una jovialidad que en tres años perdería, al perder a Grace a manos del príncipe consorte Rainiero III. Tanto que, en 1962, tratando de suplantarla con Tippi Hedren durante el rodaje de Los pájaros, el posesivo cineasta llegó a maltratar agriamente a su nueva “musa rubia”: “¡No gesticules! ¡No lagrimees! ¡Actúa como Grace! ¡Sé Grace! ¡Por Dios, devuélvanme a Grace!”. Ya en 1960 le había suplicado a Rainiero, sin éxito, que le permitiera a la princesa actuar en Marnie, la ladrona. Y una última anécdota con Hitchcock: en 1974, Grace lo acompañó a la gran gala neoyorquina con que lo homenajeaba la Sociedad Cinematográfica del Lincoln Center, y él sólo tuvo ojos para ella. Al día siguiente, le implantaron un marcapasos.

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